Mientras que en Israel empiezan a surgir brechas en el unánime apoyo al ataque a Gaza, en los países árabes de la zona esas brechas, que ya existían, no hacen sino evidenciarse más cada día que pasa, exhibiendo todo su conocido almacén de contradicciones, medias verdades y poses falsas.
Egipto había pactado con Israel esta operación, con la esperanza de desplazar a Hamás del poder en la franja y sustituirlo por su aliado, el desacreditado antiguo jefe de policía palestino Mohamed Dahlán. El presidente egipcio teme a los islamistas tanto o más que Israel, tanto por lo que tienen de islamistas como por lo que tienen de Gobierno elegido en las urnas. Sin embargo, la intensidad de la ofensiva israelí empieza a resultar intolerable para él y por eso es quien más se esfuerza en buscar una tregua. Pero Egipto es, después de Israel, el mayor receptor de armamento norteamericano, por lo que su plan está estrechamente coordinado con la agonizante Administración Bush.
En todo caso, la sustitución de Hamás por Al Fatah se ha vuelto más complicada. El mandato presidencial de Mahmud Abás expiró ayer y con él su legitimidad, mientras crece la popularidad de Hamás. Pocos creen posible celebrar elecciones en estas circunstancias, y son menos quienes lo desean. Por eso la entrevista Abás-Zapatero es un gesto tan vacío como las palabras que se pronunciaron en ella. Casi tanto como la invitación, rayana en la parodia, que cursó la primera dama de Turquía a la esposa del presidente español para una «reunión de primeras damas para hablar de Gaza» y que Sonsoles Espinosa ha declinado sensatamente. El Gobierno de Turquía es islamista, democrático y mantiene buenas relaciones con Israel, pero los sucesos de Gaza lo han puesto en aprietos.
Y finalmente, el Líbano. Aunque se llene la boca de amenazas, Hezbolá no quiere otra confrontación con Israel. Por eso se ha apresurado a desvincularse de los cohetes que cayeron ayer en territorio israelí, lanzados seguramente por alguno de los 400.000 refugiados palestinos que hay en el Líbano con la intención de forzar a Hezbolá a cumplir con sus promesas de solidaridad. España, cuyas tropas están desplegadas en esa zona, podría verse implicada también, lo que sería desastroso. Pero España, como el resto de la UE, no sabe qué hacer. Entre la minúscula Presidencia checa y el afán de protagonismo de Nicolas Sarkozy, todo parece encaminarse a uno de los clásicos frutos de la diplomacia en Oriente Medio: más violencia seguida de un mal arreglo.
Miguel Anxo Murado